SER SALUDABLE ES CUESTIÓN DE MÉTODO
Por Javier Eduardo Pico Zárate
Una de las tantas modas que se han puesto a la orden del día es ese factor de comer saludablemente. Nos encontramos en una sociedad globalizada y en pleno siglo XXI se han impuesto algunos conceptos como el de belleza y estética. No obstante, dicha moda parte de cierto modo porque la sociedad actual se encuentra en un camino de doble riesgo, donde se llegan a ciertos extremos para luego reflexionar sobre los hábitos que se están tomando.
Si ahora la moda es ser lo más delgado posible, tener una piel perfecta así como una sonrisa y hasta una musculatura ideal es gracias a que muchos se han dado cuenta que el camino contrario a este, el de la obesidad, es otro de esos temas que acapara la atención de los medios de comunicación y ocupa ya un espacio importante en las principales páginas de los periódicos más reconocidos del mundo.
De hecho, desde que se reconoció que la enfermedad es la principal enfermedad del siglo XXI, millones de personas han ido adoptando esta moda de comer saludable, justamente para combatir un problema como la obesidad que tantos seguidores tiene en el mundo. Sin embargo, comer saludablemente, tener una dieta específica y buscar tener un cuerpo perfecto se han convertido en los pilares del otro extremo de la balanza y por lo tanto en otro dolor de cabeza.
“En un artículo de 1994, titulado ‘La tiranía de la salud’, la doctora Faith T. Fitzgerald, de la Universidad de California, traía a cuento la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud como ‘un estado de bienestar físico, mental y social’, y decía que la gente pero sobre todo los mismo médicos confundieron el ideal de salud con normas de salud”, (Guerriero, 2010).
Si durante toda la primera década del siglo XXI la obesidad era un tema de debate, ahora la moda de comer saludable ha llegado a tener largas discusiones sobre salud pública, pues hemos llegado al extremo de convertir al cuerpo en una reliquia que guarda innumerables cirugías y que sigue cuanta dieta existe con tal de obtener un físico literalmente inigualable.
Según Leila Guerriero (Esta maldita moda de ser saludable, 2010), “cada país tiene su propia política de salud pública. En líneas generales, y al menos en Occidente, esas políticas coinciden en señalar, entre los malos hábitos, el sedentarismo, las dietas excedidas en grasas, la falta de sueño, la exposición al sol. Pero si antes evitar todas esas cosas era un consejo, en los últimos años ha pasado a ser obligación”.
Basta con detenerse a observar el fenómeno mediático que ha pasado a ser esta moda de lo saludable para darse cuenta de que no parece haber un límite o precio máximo establecido para conseguir lo que hoy en día las personas denominan el físico perfecto o la juventud eterna. “Las fallas en el cuidado individual empezaron a ser crímenes contra la sociedad porque, en definitiva, ahora es la sociedad quien paga las consecuencias del descuido a través de los sistemas médicos públicos y privados. Así, la salud ha dejado de ser una elección íntima para ser algo que conviene vigilar de cerca para identificar quien se sale o viola la norma”, agrega Guerriero.
La guerra de las dietas
Actualmente una persona común puede llegar a seguir una gran cantidad de dietas al mismo tiempo sin hallar ningún tipo de complicación o inconveniente más allá de las exigencias económicas. Pero justamente el poder que ha tenido en las personas esa dieta de ser saludable hasta el cansancio sin importar cómo lleguemos a conseguir ese objetivo ha hecho que en nuestros días se puedan identificar más de 1.000 dietas diferentes, unas que no son más que la simple repetición de lo que ya conocemos, y otras que se han encargado de contradecir a las demás.
Para nadie es un secreto que en la sociedad mediatizada de nuestros días el reto de encontrar una dieta que de resultados suscita todo tipo de debates. Pareciera que hasta los mismos individuos se han obsesionado con el ideal de ser saludable gracias a todo lo que venden los medios de comunicación y también la pauta publicitaria.
“Hoy en día estar sanos se define cada vez menos por la ausencia de enfermedades y cada vez más por llevar un estilo de vida saludable, sostenido en la idea cautelosa de que, si hacemos lo correcto, podremos ya no morir sino desconectarnos, profundamente viejos, completamente sanos, por nuestra propia y única voluntad. En el estilo de vida saludable anida la promesa de vivir para siempre. Y vivir para siempre es lo que todo ser humano quiere”, (Guerriero, 2010).
Realmente cabe preguntarse: ¿cómo funciona el tema de las dietas y el ser saludable en nuestra sociedad? Basta con sentarse a observar a diferentes personas jóvenes y ver que si el medio te dice que consumas algo, las personas también comienzan a consumirlo.
Cuando se agota el show mediático y los procesos de oferta y demanda parecen alcanzar un nivel máximo, estos imperios de comunicación optan por escoger otra dieta o producto y lo respaldan con el fin de optimizar y potenciar sus ganancias en todo el mundo. Y el ciclo se vuelve a repetir, pues indudablemente las personas comenzaran a seguir todo lo que el medio ponga ante sus sentidos.
La misma Leila Guerriero explica que Fitzgerald, por allá en 1994 se preguntaba sobre “si la salud envuelve no solo el desorden físico, sino también el emocional y social, ¿cuán lejos estamos de establecer leyes para regular un ‘comportamiento saludable’, argumentando que lo hacemos por el propio bien de los individuos y de la sociedad?”.
Ante esto hay que aclarar que Fitzgerald no estaba tan lejos de acertar en su pensamiento sobre el destino de la humanidad, pues todo parece indicar que nos encontramos a puertas de establecer dichas leyes o normas para regular lo que ella llamó un ‘comportamiento saludable’. Todo esto con el fin de prevenir que más y más personas sigan cayendo en las implicaciones que genera un exceso en el cuidado del cuerpo por el simple hecho de estar en la moda de lo saludable.
Desafortunadamente, cabe aclarar que muchos individuos que han optado por seguir la moda de lo saludable hasta llegar a extremos impensados han terminado cayendo en un laberinto sin salida. En muchos de estos casos cuando la persona no es prevenida con la información suficiente puede llegar a convertirse en blanco de enfermedades.
Con dicho panorama cabe pensar, al igual que Guerriero (2010), “si la salud —física, emocional, social— es la regla y la enfermedad la falta, ¿cuál es el límite? ¿Cuándo nos obligarán, en nombre de lo saludable, a irnos a dormir a las diez de la noche? ¿Enarbolando qué estadística de control de daños empezarán a medir el gradiente de infelicidad que nos causan las relaciones emocionalmente complejas para después decidir si conviene prohibirlas? ”.
Finalmente, cabe resaltar que no siempre ser saludables es lo más indicado para tener una buena salud o vivir feliz. Nos encontramos ante un dilema moral y ético en donde las personas se dejan llevar por la moda sin antes pensar en las repercusiones que puede causar un cuidado excesivo del cuerpo. Ser saludable representa ir mucho más allá de la superficialidad y pensar que es preferible adoptar una alimentación balanceada, sin caer dietas rigurosas, antes que ser testigo de una enfermedad como la perfección.